lunes, 19 de noviembre de 2007

PSICOLOGÍA

Violencia familiar
Las formas de violencia familiar son diversas y pueden tener como objeto a uno o varios miembros del grupo, pero siempre afectan a cada uno de sus integrantes de manera diferente.
Tanto los sujetos activos como pasivos son partes de la trama del drama familiar. Por ello la consulta con un profesional debe ser requerida por cualquiera de los adultos comprometidos por la patología. Sea usted el habitualmente denominado “víctima” de la violencia o “victimario”, necesita ayuda psicológica.
La tarea del psicólogo no consiste en juzgar sino en escuchar las causas de cada sujeto, qué lo lleva a adoptar conductas inadecuadas. En situaciones de violencia física o psíquica la intervención profesional lo puede orientar para evitar desenlaces irreversibles y recomponer los lazos disfuncionales que se instalaron en el seno de su grupo familiar.

Divorcios destructivos
El Síndrome de Alienación Parental es una categoría que abarca numerosas conductas y modos de relación conflictivos típicos del proceso de divorcio.
Si entendemos el divorcio o separación como uno de los modos de resolución de un conflicto entre los dos miembros de la pareja, este resultará óptimo; no obstante cuando es un episodio asemejable a una batalla de la guerra instalada entre ambos, este será destructivo.
Allí encaja el síndrome como conjunto de signos y síntomas que se pueden presentar en este marco alienante y patológico.
En estos casos la vía legal debe suplementarse con el asesoramiento psicológico adecuado tanto en función del proceso judicial como de la salud.

Obsesiones y compulsiones

Las obsesiones son pensamientos, imágenes o impulsos recurrentes que invaden la conciencia de la persona independientemente de la voluntad, por lo que no resulta posible evitar su impostura.
Las compulsiones son conductas repetitivas, rituales, efectuadas siempre de la misma forma, que no tienen un fin por sí mismas. El sujeto reconoce la insensatez de tales conductas en general no placenteras, pero realizarlas disminuye su tensión y ansiedad, razón por la que fracasa todo intento de suspender su ejecución.
Cuando alguien padece el efecto de una o ambas formas de manifestaciones sintomáticas, la consulta profesional es la única vía para desarticularlas ya que los factores que las provocan no son conocidos por el sujeto.

Trastornos de ansiedad
La ansiedad es una emoción común a todos los seres humanos, pero cuando resulta excesiva y desproporcionada respecto del estímulo que la provoca, es patológica.
Puede presentarse como crisis o ataque de pánico o como persistente y generalizada, también como consecuencia de sucesos vitales estresantes.
Un elevado montante de ansiedad es altamente displacentero y provoca serias dificultades en el desenvolvimiento cotidiano. Tratarlo con métodos paliativos, acudir a medicamentos puede ser un recurso transitorio pero poco eficaz. Para resolver esta manifestación hay que encontrar las causas determinantes a las que responde la ansiedad, las cuales son de origen psíquico inconciente cuando es desmedida.

Fobias
La fobia es un miedo intenso y persistente, excesivo e irracional desencadenado por la presencia o anticipación de un objeto o situación específicos. Este miedo es reconocido como excesivo e irracional por quien lo padece pero no puede ser controlado, se logra evitarlo o soportarlo con gran ansiedad o malestar.
Situar el origen del temor es el trabajo que en tratamiento psicológico permitirá que ceda la enfermedad.

Inhibiciones
La inhibición no siempre es patológica contrariamente al síntoma que necesariamente lo es. Recae sobre una función frenando el movimiento que lanza un deseo, el sujeto inhibido rehusa el juego, no realiza aquello que lo anima, no se anima.
Habrá que pasar de la inhibición al impedimento, al no puedo, para luego alcanzar la posibilidad de poner a funcionar la función primariamente inhibida. Tarea difícil pero no imposible.

Crisis de angustia
Se caracteriza por la aparición repentina de una fuerte sensación de miedo asociada a síntomas que causan gran malestar.
La angustia puede ser considerada como una señal de alarma que moviliza mecanismos de defensa frente peligros reales, cuando la señal de angustia resulta inadecuada sea por ser excesiva o en apariencia inmotivada, no hay que desestimarla, hay que escuchar a que remite para unirla a la causa verdadera del peligro que evoca.

Manifestaciones somáticas
Tanto las manifestaciones somáticas subjetivas como las objetivas incumben al psicólogo, las primeras por ser claramente productos sintomáticos del psiquismo, las segundas por diferentes motivos, pues pueden ser causadas por múltiples factores y algunas tienen clara determinación psicológica, pero en todos los casos padecer enfermedades en el cuerpo provoca malestar y angustia. En la medida que logremos replantear las implicancias de ellas contribuiremos al proceso de curación.
En ambas formas la escucha y elaboración son indicadas.

Malestar y otras expresiones de incomodidad
Otras manifestaciones sintomáticas como desazón, sentimientos de incomodidad, irrealización, padecimiento, insatisfacción, impotencia, incapacidad, ambivalencia, ambigüedad e innumerables molestias y malestares, condicionan el desenvolvimiento cotidiano y el desarrollo de la vida, malogrando desde pequeños e insignificantes momentos, acciones y proyectos en apariencia irrelevantes y tolerables, siendo atribuidos a dificultades externas.
Socavan paulatinamente la aptitud cotidiana, el deseo, la voluntad, la capacidad de disfrutar.
Estas situaciones se minimizan y se tienden a atribuir al devenir de la vida y sus contrariedades, las cuales son innegables pero se van asumiendo como irreversibles e imposibles de modificar.
Es claro que no todo malestar es de origen psíquico ni corresponde a expresiones patológicas de nuestra mente. Las condiciones externas determinan en un elevado número de casos el padecimiento, y en otros éste no es atribuible a elementos ajenos a cada quien.
La actitud más habitual es la resignación, modo inadecuado de aceptación de aquello que parece inmodificable o fuera de la propia posibilidad de cambiar o solucionar.
Así la vida se va transformando en un apesadumbrado transcurrir.
Ahora bien, hay que diferenciar las circunstancias imposibles de reparar o que escapan al alcance del ser humano de aquellas que si bien pueden surgir o desencadenarse en acontecimientos externos o no buscados, se transforman en elementos invasivos más allá de su relevancia y/o continuidad.
En estos casos lo irreparable e inmodificable y los trastornos pasajeros o posibles de reparar y remediar, además de ser diferenciados para reubicar su causalidad en el sufrimiento que provocan, deben ser explorados para que no resulten perjudiciales más allá de lo inevitable, que no se perpetúen y adquieran el valor de motivos que se masifican y afectan áreas de la vida en las que no deberían tener injerencia.
Cuando los avatares cotidianos son sobredimensionados o transpolados y se generalizan no pudiéndose ubicar certeramente el motivo del malestar y aún cuando uno a varios motivos de gravedad y dolorosos sean objetivamente fundamentos del malvivir, el aparato psíquico tiende a eternizar y a ramificar sus efectos nocivos.
Sólo en casos extremos no son pasibles de tratamiento, y si bien no es esperable en ellos una rehabilitación total ni exitosa, disminuir el daño y pesar que se instalaron en la psiquis es un objetivo por el que hay que bregar.
En el resto de las situaciones, la exaltación de las contrariedades y su desviación del origen, productor de la resignación a la instalación del malvivir, son ya no luchas inmodificables que hay que acotar y disminuir a su mínima expresión , a veces desmesuradas y con razón, sino expresión de un modo patológico e ignorado, negado o no conciente que se tolera por motivos diversos (victimización, beneficios secundarios –por cierto nada beneficiosos-, miedo al cambio, creencias de incapacidad personal, sobreestimación del destino como poder inmodificable, etc.)
En estos casos consultar o pedir ayuda es desestimado pues se descree de la ejecutividad del hacer con lo que tocó en suerte o más precisamente en desgracia.
No habiendo causas claras de enfermedad delimitada o identidad patológica tipificada, es habitual la pregunta por la validez de la consulta y la importancia y seriedad del planteo. El temor a ser aún más maltratado por venir a quejarse de cuestiones irrelevantes o imposibles de solucionar por su gravedad o por la irreversibilidad del hecho de origen, opera como impedimento adicional.
Prejuicio propio de la patología o de la patologización de los acontecimientos.
Consultar nunca debe incrementar el malestar, aunque es inevitable la angustia que se actualiza al confrontarse a hechos dolorosos y mortificantes.
El trabajo psicológico no puede evitar cierto recrudecimiento pero si asumir la responsabilidad de contenerlo y disminuirlo en la medida de lo posible.
La misión del psicólogo no es sólo atender la “locura” entendida prejuiciosamente, sino guiar al ser humano a reubicar las causas de sus padecimientos a fin de que no invadan áreas no comprometidas originariamente y en casos trágicos ayudarlo a sobrellevar lo irreparable por el camino de reencaminar las dolencias psíquicas no por medio del consuelo, la condescendencia o la conmiseración, las cuales brindan mejor los seres allegados, aunque el profesional no pueda evitar estos sentimientos, en tanto sujeto, pero que debe hacer a un costado para operar científicamente, lo que no implica ni desinterés ni frialdad.